martes, 1 de diciembre de 2015

Experiencia Cubana en Italia.

Hace algunos meses, un tipo que al inicio me pareció muy interesante pero que resultó ser un poco particular (por no decir “un po’ stronzo”) me mencionó un tema de esos esotéricos que primero te hacen reír y soltar varios “ay sí ajá”, y después dices “¿pus que tanto daño puede hacer?”.

El tema, del que no recuerdo siquiera el nombre, en síntesis decía que el universo, la vida, Dios, o quien quiera que esté allá arriba (o allá abajo, o aquí al lado, o dónde sea) cuidando de ti, generalmente pregunta: “¿qué es lo que quieres que haga por ti?”, y nosotros siendo tan brillantes como somos pocas veces sabemos contestar, principalmente porque estamos distraídos y dejamos que el momento pase, o porque simple y sencillamente no sabemos bien a bien qué es lo que queremos o qué nos hace falta.

Entonces, para estar mejor preparados, el tipo que exponía el tema, sugería hacer una lista de (si mal no recuerdo) cien cosas que quieres, para que cuando la vida pase cerca de ti y comience a preguntar “¿qué es…?”, tú ya tengas la respuesta lista. El monito este decía: “pide, pide tanto como puedas. Pide cosas locas, pide cosas que de verdad necesites, no te canses de pedir, porque la vida está completamente dispuesta a conceder tus más profundos deseos. Pero ten cuidado al estructurar las frases, mete siempre el “yo quiero” y sé muy claro, porque la vida también puede ser un poco ojete e interpretar las cosas a como se le dé su regalada gana. Haz frases cortas que se puedan decir con una sola exhalación y sigue pidiendo”.

Tons, yo, siendo tan buena niña agarré un diario que tengo en el que escribo cada vez que se muere un Papa y entre una idea y otra, comencé a pedir; y después de unos cuantos meses mis pedidos (que son solo como cuarenta porque es bien complicado eso de saber qué carajos quieres), llámenlo coincidencia o casualidad o predisposición, han comenzado a concretizarse. Algunos de mis deseos más locos (eso es lo más genial de todo) han empezado a suceder, de forma inesperada y sorprendente.

Recuerdo que hace algunos años algo similar me sucedió. Encontré un trabajo de esos de oficina que te roban el alma, y todos los días el pensamiento más recurrente que me venía a la mente era: “quiero un trabajo que me permita viajar a lugares interesantes y geniales”, entonces la vida me dio lo que le había pedido (a su modo). Cambié de trabajo, comencé a supervisar obra, y un día me encontré disfrutando de un delicioso café de olla en un pintoresco pueblito chiapaneco perdido en un cerro (allá por casa de la chingada) y díjeme: “¡bueno está por andar pidiendo viajes!”.

Aún así, aquella loca idea se ha mantenido en mi cerebro: encontrar un trabajo que me permita viajar y descubrir nuevos lugares, nuevas culturas, nuevas cosas que me sorprendan y me hagan emocionar hasta las lágrimas…, ese ha sido mi sueño dorado por muchos años. Y aparentemente en estos meses tuve la posibilidad de estructurar mejor mi pedido.

Una de las cosas que más satisfacción me ha dado durante mi estancia en Italia, fue ser contactada por una importante institución italiana para ayudarles a traducir del italiano al español, para un grupo de restauradores cubanos que venían a hacer unos cursos de capacitación de este lado del charco.

Al inicio me dijeron que serían dos semanas, luego tres, y así hasta que llegamos a cinco; serían tres grupos distintos y yo los acompañaría y traduciría para ellos en las visitas que hicieran. El programa me pareció interesante, los morlacos nada despreciables, y además de uno que otro desacuerdo con la gente de mi escuela (justo es recordar que soy estudiante de nuevo), todo se pudo acomodar de forma bastante sencilla.

Así que nada, un lunes 26 de octubre de 2015 tempranito por la mañana tomé un tren para estar en Roma a las 9:00 am en las oficinas del Instituto Italo-Latinoamericano y comenzar con el programa formativo que tres grupos de cubanos (especialistas en restauración de distintos materiales) harían en varios puntos de Italia.

Mi impresión inicial fue buena, y fue mejorando conforme avanzaban las horas, poco a poco las sonrisas y el buen humor cubano me fueron contagiando y aunque hubieron momentos en los que el cansancio me ganó, la experiencia fue, citando a uno de mis muchachos: “en dos palabras: im-presionante (o en cubano “de pinga”)”.

En roma entramos a algunos de los laboratorios de restauración más selectos, como los del Instituto para la Conservación y el Restauro (ISCR) y los Laboratorios de los Museos Vaticanos; tuvimos (y digo tuvimos, porque siendo restauradora yo también intervenía) charlas con personajes sumamente importantes en el ámbito, y nos dejaron entrar a lugares que están completamente cerrados al público, como la Domus Aurea y la Transitoria (en el Foro Palatino) o la Iglesia de Santa Maria Sottoterra, y nos llevaron a ver las bellezas que están exhibidas en la Galería Borghese (con sus Berninis y sus Caravaggios). El David de Bernini me dejó sin aire.

De Roma nos mudamos a Florencia, y aquí tuvimos un tour guiado por los Laboratorios de Restauración del Opificio delle Pietre Dure (OPD) y nos dejaron ver un Leonardo, un Beato Angelico y un Vassari que están ahí expuestos y en proceso de Restauro (cerquitita, al alcance de la mano, ¡ah!), nos dejaron ver la forma en la que trabajan el Comesso in Pietre Dure que es una de las cosas más increíblemente hermosas que he visto; se entró a varios museos, fuimos a un par de villas de los Medici; y después nos trasladamos a Milán que tuvo el momento “ok vida, te pasaste y me sacaste las de san Pedro”: nos dejaron subir al techo de la Catedral de Milán, a sesenta metros del suelo, con los pináculos y susesculturas marmóreas frías al tacto, el atardecer comenzando a pintar el cielo de rojos, la ciudad completa a nuestros pies…, una ensoñación y una experiencia única que me hizo pensar “algo debo haber hecho bien para que yo una muchachita salida de Chiapas esté ahora mirando al mundo desde lo alto de uno de los edificios más emblemáticos de Italia”; sí chillé de emoción, alegría y nostalgia y más emoción.

Bologna sin grandes sorpresas. Ravenna con los bellísimos mosaicos de San Vitale y Gala Placidia. Y luego “casa nostra” en Santo Stefano en Sessanio, un pueblito perdido en la montaña con el aire frío y limpio, un cielo estrellado por las noches y el espectáculo de la niebla compacta cubriendo una llanura bajo nosotros, bello de verdad. L’Aquila destruida e intentando levantarse poco a poquito y ya de vuelta a Roma y Florencia para empezar de nuevo.

Los paisajes italianos son maravillosos, la comida (aunque estuvo algo contenida) fue buena, el vino nunca nos hizo falta, los postres exquisitos, las sorpresas una después de la otra y siempre más maravillosas; pero lo mejor fue la compañía.

Al lado mío tuve a veinte cubanos que a pesar de las circunstancias y el cansancio sonreían todos los días, veían con ojos de niño chiquito el mundo que se presentaba ante ellos, y disfrutaban cada segundo del día con un corazón rebosante de alegría. Además de ellos tuve al menos a dos italianos (mamá gallina y el grillito) con quienes todos los días intercambiábamos al menos diez llamadas telefónicas y muchos mensajes para asegurar que la estancia de nuestros pollitos fuera lo más cómoda posible.

Tuvimos nuestras experiencias que por desagradables o incontrolables se volvieron después motivo de bromas y más risas. Como el “autista autístico”, que aunque era muy bueno manejando el bus, era re bruto para ubicarse (aún teniendo un navegador GPS), era malísimo con los tiempos y además le tenías que sacar las palabras a cucharadas. O la cena para ocho que confirmamos dos veces, que aparentemente estaba lista y que cuando llegamos, el restaurant no sabía cómo atendernos porque no se les había informado nada. O las carreras para asegurarnos que los choferes llegaran a tiempo por los grupos para llevarlos a los aeropuertos…, en fin, fueron miles de cosas.

Y ahora, mientras escribo esto en la tranquilidad de mi casa, debo decir que comienzo a añorar la vitalidad de veinte extraños que en un mes se robaron un pedazo enorme de mi corazón; extraño el ajetreo, los miles de mensajes, los mails y las llamadas que hacían que mi día fuera movido y frenético. No extraño tener que lidiar con los choferes o los meseros impertinentes que se creen que por ser latino tienes menos control del que en realidad se te ha conferido. Lo que sí me hace falta es ese grupo de gente que bromeaba y encontraba siempre la forma de hacerme soltar al menos una carcajada y una palabrota al día.

La experiencia se terminó, no el 28 de noviembre del 2015 después de bajarme del tren que me sacó de Milán; sino el 29 cuando alrededor de las diez de la mañana recibí una llamada para confirmarme que los pollitos estaban en la sala de espera del aeropuerto (sanos y salvos) esperando el avión que los llevaría de regreso a casa.

A mis veinte cubanos, gracias por ser las bellas personas que son, espero pronto poder reencontrarlos. A las agencias que me contrataron, gracias por regalarme la experiencia más genial del año (aunque la trabajé así que no se hagan guajes y páguenme). Y a la vida, el destino, Dios y quien quiera que me haya cuidado y ayudado a que esto se hiciera realidad, gracias por darme una razón para sonreír y permitirme confirmar que todos los sacrificios que he hecho para estar en donde estoy ahora han valido la pena.

Gracias, mil veces gracias. 

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