miércoles, 8 de marzo de 2023

Todos deberíamos ser feministas.

Fragmento del discurso de Chimamanda Ngozi Adichi.

12 abril, 2013 (Ted Talk) 

Todos deberíamos ser feministas.

 

Me gustaría comenzar esta charla hablando de uno de mis mejores amigos, Okuluma. 

Okuluma vivió en mi calle y cuidó de mí como si fuera mi hermano mayor, fue una persona con la que podía discutir, reír y hablar de verdad […] Él fue también la primera persona que me llamó feminista. Yo tendría unos 14 años y estábamos en su casa, discutiendo. Ambos defendiendo apasionadamente los libros que habíamos leído, con lo que medio sabíamos de ellos. No recuerdo el tema en particular de nuestra discusión, pero recuerdo que mientras yo defendía mi punto de vista, Okuluma me miró y dijo: “¿Sabes? ¡Eres una feminista!”. Y no fue un cumplido. Lo supe por el tono que usó, el mismo que alguien usaría para decirte: “sé que apoyas al terrorismo”. 

En aquel momento yo no sabía lo que significaba la palabra “feminista”, y no quería que Okuluma me creyera ignorante, así que hice como si no hubiese dicho nada y seguí con mi discusión, después me fui a casa y al llegar corrí a buscar la definición en el diccionario. 

Ahora, adelantemos algunos años. Escribí una novela acerca de un hombre que, entre otras cosas, maltrata a su esposa y cuya historia no termina precisamente bien. Cuando estaba haciendo la promoción de la novela en Nigeria, un periodista, un hombre bienintencionado, me dijo que quería darme un consejo […] me dijo que la gente estaba diciendo que mi novela era feminista y su consejo —mientras movía la cabeza con tristeza—, fue que procurara nunca definirme a mí misma como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido. Así que, siguiendo su consejo, decidí definirme como una “feminista feliz”. 

Después una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no era parte de la cultura africana, y que me llamaba a mí misma feminista porque había sido corrompida por la literatura occidental […] Así que, ya que el feminismo no era africano, decidí que ahora me definiría como una “feminista africana feliz”. Hasta que llegó el punto en que yo era una feminista Africana feliz, que no odia a los hombres, a la que le gusta el brillo de labios, que utiliza tacones altos para sentirse bien con ella misma, no con los hombres. Y aunque suene cómico, lo hacía porque la palabra “feminista” viene acompañada de muchas cosas negativas: odias a los hombres, odias los brasieres, odias la cultura africana, etcétera.

 

[…] Frecuentemente, comento el error de pensar que algo que es obvio para mí puede no serlo para los demás. Ejemplo de esto es mi amigo Louis. Él es un hombre brillante y progresista que generalmente, cuando platicamos, me dice: “no entiendo a qué te refieres cuando dices que las cosas son diferentes o más difíciles para las mujeres. Antes, tal vez lo eran, pero ahora, no me lo parece”. Y no entendía por qué Louis no podía ver algo que era tan evidente, hasta que una noche, salimos a comer juntos […] El lugar al que fuimos tiene a unos personajes increíbles que te “ayudan” a estacionar tu coche de forma sumamente dramática. Me encantó el dramatismo del hombre que nos ayudó en aquella ocasión, así que decidí dejarle una propina. Abrí mi bolso, metí la mano, saqué mi dinero, que me había ganado haciendo mi trabajo y se lo di. Y entonces, aquel caballero, que estaba muy feliz y agradecido, tomó mi dinero, miró a través de mí y dijo “Gracias, señor”, viendo a Louis. Mi amigo volteó a verme, sorprendido, y preguntó “¿Por qué me agradece a mí si yo no le di nada?”. Fue entonces cuando Louis entendió todo. El hombre que nos ayudó creía que el dinero que yo tenía, venía de Louis, porque Louis es un hombre. 

Hombres y mujeres somos diferentes. Tenemos diferentes hormonas, diferentes órganos sexuales, diferentes habilidades biológicas, las mujeres podemos parir hijos, los hombres no. Al menos no aún. Los hombres tienen testosterona y, generalmente, son físicamente más fuertes que las mujeres. Hay un poco más de mujeres en el mundo, cerca del 52 % de la población mundial es femenina. Pero la gran mayoría de puestos de poder y prestigio los ocupan los hombres. 

La finada Nobel de la Paz Keniana, Wangari Maathai, decía que “mientras más alto miraras, menos mujeres encontrarías” […] Y esto parece absurdo, porque vivimos en un mundo muy diverso. La persona más apta para liderar un proyecto ya no es la más fuerte, sino la más creativa, la más innovadora, y no hay hormonas que determinen esos atributos. Un hombre es tan capaz de ser inteligente, creativo e innovador como una mujer. Hemos evolucionado, pero parece que nuestras ideas de género no lo han hecho. 

[…] Cada vez que alguien me ignora porque soy mujer me siento invisible. Me siento molesta. Me encantaría decirles que soy tan humana como cualquier hombre, y que tengo derecho a ser reconocida como cualquier hombre. Parecen cosas muy pequeñas, pero, en ocasiones, las cosas pequeñas son las que más duelen. 

Hace algún tiempo, escribí un artículo acerca de lo que significa ser mujer en áfrica y mis editores me dijeron que sonaba “demasiado enojada”. ¡Claro que estaba enojada! 

Estoy enojada. El género, como funciona ahora, es una grave injusticia. Todos deberíamos estar enojados. El enojo, históricamente, ha ayudado a generar cambios positivos; pero, además de estar enojada, me siento esperanzada. Porque creo profundamente en la habilidad de los seres humanos de regenerarse constantemente para ser mejores. 

El género importa en todo el mundo y me gustaría pedir hoy que empecemos a soñar y planear un mundo diferente, un mundo más feliz en el que hombres y mujeres puedan ser más leales a sí mismos. Y aquí está la forma de comenzar: debemos criar a nuestras hijas de forma diferente. Debemos criar también a nuestros hijos de forma diferente. 

Somos demasiado injustos con los niños por la manera en que los criamos, les quitamos su humanidad. Definimos la masculinidad con una visión demasiado estrecha, y permitimos que la masculinidad se vuelva una jaula pequeña y dura dentro de la cual ponemos a los niños. Les enseñamos a tener miedo, al miedo. Les enseñamos a temerle a la debilidad y a la vulnerabilidad. Les enseñamos a esconder quien realmente son porque “los hombres no lloran” […] Si comenzamos a criar a nuestros niños de manera distinta, entonces, en cincuenta o cien años, los niños no tendrán la presión de probar su masculinidad.

 

[…] Pero es mucho peor la forma en la que tratamos a las niñas, porque las criamos para cuidar el frágil ego de los “hombres-fuertes”. Les enseñamos a las niñas a hacerse pequeñas, les decimos “puedes tener ambición, pero no mucha”. “Intenta ser exitosa, pero no tanto, porque los hombres pueden sentirse amenazados por ti”. Si eres la proveedora en tu relación con un hombre, generalmente, tienes que fingir no serlo, especialmente en público porque si lo haces lo castras. Un conocido nigeriano una vez me preguntó si estaba preocupada porque un hombre pudiera sentirse intimidado por mí. No estaba preocupada en absoluto. De hecho, no se me había siquiera ocurrido preocuparme porque un hombre que pudiera sentirse intimidado por mí es exactamente el tipo de hombre en el que jamás me interesaría. Sin embargo, la pregunta me impactó porque soy mujer, y, aparentemente, debo aspirar al matrimonio. Se espera que tome las decisiones importantes de mi vida, teniendo siempre en mente que el matrimonio es sumamente importante. 

Y sí, un matrimonio puede ser una cosa buena, una fuente de alegría, amor y apoyo mutuo. Pero, ¿por qué les enseñamos a las niñas a aspirar a casarse si no hacemos lo mismo con los niños? 

[…] Conozco a mujeres que viven con la constante presión familiar, de amistades e incluso en sus compañeros de trabajo, porque deben casarse, y por ello, terminan tomando decisiones terribles. Nuestra sociedad les enseña a las mujeres, que no estar casada a partir de determinada edad, representa un terrible fracaso. Sin embargo, un hombre soltero de la misma edad, seguramente aún no ha encontrado a la persona correcta. 

[…] Les enseñamos a las mujeres que, en una relación, el compromiso depende de ellas. Las criamos para competir entre ellas, no por trabajos o éxitos, sino por la atención de los hombres. Les enseñamos que no pueden ser seres sexuales como lo son los hombres. Si tenemos hijos, no nos importa saber de sus novias, pero, los novios de nuestras hijas, ¡ni lo permita Dios! Cuidamos demasiado a las niñas, y las elogiamos por su virginidad, pero no hacemos lo mismo con los niños; cosa que siempre me ha hecho mucho ruido, porque… para “perder la virginidad”, generalmente se necesita que haya… ustedes saben. 

[…] Como sociedad hemos crecido con la idea de que las mujeres son inherentemente culpables de serlo y, esperamos tan poco de los hombres, que la idea de que puedan ser salvajes sin control (como para violar a una mujer) es hasta cierto punto aceptable. A las niñas les enseñamos a sentir vergüenza. “Cierra las piernas”, “cúbrete”. Las hacemos sentir que, por el simple hecho de haber nacido mujeres, ya son culpables de algo. Y cuando crecen, se vuelven mujeres que no pueden entender que tienen derecho a desear. Crecen para ser mujeres silenciosas. Crecen para no aceptar que son seres pensantes y con sentimientos. 

[…] El principal problema del género es que prescribe cómo debemos ser en vez de reconocer lo que somos. Ahora imagínense qué felices seríamos, lo libres que nos sentiríamos de ser nosotros mismos, si no tuviéramos encima el peso de las expectativas impuestas por el género. 

[…] En la actualidad existen muchas más oportunidades para las mujeres que en la época de nuestras abuelas, por cambios en política y leyes, pero lo que hace que este cambio sea más evidente es nuestra actitud. Imaginen criar a nuestros niños y niñas enfocándonos en sus habilidades en vez de su género. Imaginen criarlos enfocándonos en sus intereses en vez de en su género […] Si un hombre se está alistando para una reunión, no tiene que preocuparse por verse “demasiado masculino” para ser tomado en serio. Si una mujer hace lo mismo, tiene que preocuparse por verse “demasiado femenina”, y lo eso que dice, y si por ello será o no tomada en serio […] He decidido no disculparme más por ser mujer y por ser femenina. Y quiero ser respetada por todo eso, porque merezco serlo. […] Algunas personas dirían “pobres hombres, ellos también la pasan mal”, y eso también es cierto, pero esta conversación no es acerca de ese tema. El género y la clase son diferentes formas de opresión […] Las cuestiones de género importan. Hombres y mujeres experimentamos el mundo de forma distinta. El género colorea la forma en que experimentamos el mundo. Pero podemos cambiar todo esto. 

[…] Por lo que he escuchado, mi bisabuela fue feminista. Se rebeló, protestó, habló siempre cuando sentía que se le truncaban sus derechos. Mi bisabuela no conocía la palabra “feminista”, pero es no significa que no lo fuera. Creo que más personas deberían reclamar la palabra. 

Mi propia definición de feminista es: feminista es un hombre o mujer que dice: “sí, hay un problema con el género y debemos corregirlo. Debemos ser mejores”.

El mejor feminista que conozco es mi hermano Kenny. Él es amable, guapo, amoroso y, sobre todo, es sumamente masculino.

Gracias.




 

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