Primer relato del "Taller de Escritores" del blog "Be Literature" de Leara. El reto, tomar como inspiración una imagen o melodía y escribir por una hora. Ésto fue lo que salió.
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"A orillas del Río Somme"
Los
recuerdos se agolpan en mi memoria. Frenéticos. Horripilantes. Dejándome siempre
con esta sensación terrible de desconsuelo, falta de aliento y desesperanza.
Vienen a mí sin avisar. Atraídos por sonidos, aromas, colores. Nunca los
espero. Nunca los deseo. Pero ahí están, como hace algunos momentos. Acechando
los pocos instantes de tranquilidad que tengo. ¿Por qué tuve que desear ser un
héroe? ¿Por qué no pude conformarme con ser simplemente yo? ¿Por qué me dejé
destruir por una guerra que no era mía? ¿Por qué?
Mi
hermano y mis amigos me creen muerto, y prefiero que así siga siendo. El hombre
al que conocieron y amaron no está más en este cuerpo. Se esfumó.No el día que
pedazos ardientes de plomo atravesaron mi cuerpo y me hicieron caer del cielo.
No. Desapareció una extraña mañana de julio cerca del río Somme. Murió junto
con otros tantos miles de soldados que intentaban defender sus ideales, pero
ante todo, murió al no poder ayudar a inocentes que nada tenían que ver con una
batalla; murió intentando salvar –sin éxito– a quienes lo habían ayudado a
sobrevivir.
Mis
hermosas alas de acero se estrellaron contra el suelo. La vida se me escapaba
por pequeños orificios en el pecho.Mi sangre dejaba de recorrer mi cuerpo.
Entonces ella me encontró. Yendo en contra de todo lo que le habían pedido
hacer corrió hacia mí al verme caer. Sus hermanos –renuentes los dos– llegaron
hasta ella, intentaron llevársela a rastras, dejándome donde estaba, mal
herido. Muriendo. Pero ella se opuso. Aun estando tan maltrecho, pude sonreír,
impresionado por la fuerza que salía de aquel pequeño cuerpo. Los hombres
discutieron entre ellos y luego accedieron. Me sacaron del avión y me llevaron
a la vieja y gran casa que era su refugio. Cécile, estuvo a mi lado hasta que
pude ponerme en pie. Cuidó de mí, me alimentó, me curó, me tuvo paciencia, me
enseñó su idioma. Y cuando me necesitó, no fui capaz de pagar su esfuerzo.
De
aquella vieja y gran casa sólo quedan ruinas. De mis salvadores sólo recuerdos.
A veces deambulo como un fantasma por estos restos, escuchando el chirriar de
la madera bajo mis pies, llenando mis manos de cenizas al recorrer los muros
derruidos. Escuchando los silenciosos susurros del viento, diciendo que cierre
los ojos, que llegará el momento en que la confianza que alguna vez me tuve
regresará; y luego, luego mi mente me grita con la voz de Cécile, que es
también la voz de otros cientos.
Los
bombarderos comenzaron a dejar caer su carga algunas semanas antes de la
batalla. Estaban preparando el terreno y yo lo sabía, se los dije, les rogué
que partiéramos; pero ninguno estaba dispuesto a dejar atrás el lugar en el que
habían crecido. Me fue imposible convencerlos. Quise partir solo. Sabía cuál
sería el desenlace, y tenía miedo. Pero ellos –quizá sólo ella– habían sido mi
fuerza. No. No podía partir sin ellos.
Ayudé
a poner refuerzos. Busqué con ellos alimento. Y cuando las bombas comenzaron a
caer más cerca, fingí ser valiente. La mirada aterrada de Cécile me encontraba
siempre sonriendo, entonces se calmaba un poco, se acercaba a mí, tomaba mi
mano, recostaba su cabeza sobre mi pecho y dejaba de temblar, al menos por unos
momentos. Los días eran terribles, ya no había tiempo.
Los
ejércitos llegaron. Cuando vimos las banderas de nuestros países nos creímos
ingenuamente a salvo. Decidimos pedir ayuda con ellos. Los dos hermanos
salieron primero. Ninguno alcanzó su destino. Cayeron bajo fuego amigo. Cécile,
mi pequeña Cécile, intentó ir tras ellos. No alcanzamos a ver cuándo llegó el
tercer ejército. Logré alcanzarla a medio camino y corrimos juntos hacia el
río. La batalla comenzó y nosotros estábamos en medio.
Mis
heridas no habían sanado por completo, pero yo era más rápido, yo era más
grande, yo era más fuerte. La alcé en mis brazos y corrí, corrí como jamás
antes lo había hecho. Azuzado por el miedo. El sonido de los cañones se alejaba
un poco pero seguía siendo persistente. Ella lloraba aferrada a mi cuello. El
río estaba ya cerca, sentía que ahí podríamos encontrar algún lugar para
ocultarnos. Creía que sería suficiente. ¡Seguía siendo un tonto! Ya casi
estábamos ahí, pero entonces algo golpeó mi cuerpo. Algo pequeño y ardiente que
entró por mi espalda, sobre mi costado izquierdo. Cécile gritó, yo tropecé y
caímos en la orilla fangosa del Somme. Conocía ese dolor, lo había sufrido
cuando ella me encontró casi muerto.
Mis
sentidos estaban atontados. Intenté levantarme sin éxito. Boqueaba como un pez
sacado del agua, casi no podía respirar. Entonces la vi tendida a unos cuantos
metros de mí. Grité su nombre, me arrastré hacia ella. Estaba boca abajo. Sus
pies a medias cubiertos por el agua, su cabello completamente disperso. Saqué
fuerzas de donde pude, dejé a un lado el dolor. La alcancé. La volteé. Sus ojos
estaban cerrados. Su cuerpo inerte. Logré hacerla abrir los ojos. Me sonrió.
“Estás herido” susurró. Intenté restarle importancia, no entendía por qué ella
se veía tan mal, sólo había caído de mis brazos, sólo… entonces, como si algo
hubiera hecho “clic” en mi cerebro, lleve una mano debajo de mis costillas; la
maldita bala había atravesado mi cuerpo. Su grito no había sido de miedo. Me
miró con tristeza, y: “vete, no hay nada más que puedas hacer. Déjame aquí. Ya
llegará el momento en que nos volvamos a ver” dijo volviendo a cerrar los ojos.
“No”, grité, “espera, estamos a salvo aquí a la orilla del Somme”; pero ya no
había más que hacer. Mi pequeña salvadora, mi querida Cécile había muerto.
Ha
pasado ya algún tiempo. Mi cuerpo está ya repuesto. Pero mi mente, mi corazón y
mi alma… para ellos ya no hay remedio. ¿Por qué tuve que desear ser un héroe?
Por más que lo intento, eso no lo entiendo.
No.
No puedo volver a casa. Estoy seguro de quienes lloran mi ausencia estarán
mejor así, porque aunque mi cuerpo viva… aquel día, en la orilla fangosa del
Somme, con una pequeña niña muerta en brazos, el hombre que fui, aquel que
ellos conocieron desapareció por completo, para no volver jamás.
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